viernes, 22 de marzo de 2013

Jugueteaba con/en el agua del río cristalino y frío. Me sumergía durante horas penetrantes y oscuras bajo el río desafiando la muerte, pensando.
Tengo una tristeza de verano, un otoño encerrado y un invierno muerto.
El vacío sólo es llenado con ira y miedo, otro sentir no es bienvenido. Todo me asfixiaba, todo es demasiado.
Sabía que la soledad era el precio y siempre me vi como una mujer libre, sin origen ni raíces en ninguna parte. Demasiado egoísta para importarme algo/alguien más.
Miseria, es como si ya hubiese leído mi destino a escondida de los Dioses y estoy irremediablemente jodida.
Esperaba la luz que venía a mi encuentro todos los días cayendo la tarde. El muchacho del invierno eterno que me sacaba de mi estado y corríamos por los bosques que bañaba en nieve para mí, hasta a cobijarnos entre el pasto mojado. Pero esa tarde no llegó, tampoco la siguiente, ni la siguiente a esa. Mi desesperación sólo hizo que me hundiera más y llegara al punto sin retorno, quería morir. Un aullido familiar y taciturno me desequilibró, tragué agua y salí a flote. Caminé por los lugares que frecuentaba invocando a mi encuentro los gloriosos recuerdos, reía y tosía sola.
Entre los más viejos y altos árboles una silueta colgaba,
“¿Recuerdas cuando nos conocimos?”. Musitaba apenas, acariciando con cautela sus cabellos largos y arreglando otros enredados con la gruesa soga que lo sostenía. Mis manos pequeñas se perdían entre la tristeza de su rostro marcado e intentaban cargar de ella sin éxito, suspiré y hundí mi cara en su pecho, como lo hacía siempre, pero ya no había calidez ni los latidos que se precipitaban en un frenesí cuando me aproximaba demasiado, nada quedaba ahí para mí. 
Tal vez no soportó ver cómo me ahogaba por tanto tiempo hasta herirlo lo suficiente, tal vez sus propios demonios lo traicionaron sentenciándolo a muerte. No importó cuando le había advertido y bromeáramos sobre el tema, Arión decidió continuamente quedarse y yo continuamente huir. 
Quería llevar su cuerpo conmigo y en el agua desaparecer juntos, pero a mi derecha un gran Lobo, a centímetros de mi gruñó desafiante y herido, me aturdió hasta paralizarme. El mismo lobo que una vez lamió mi mano, ahora mostraba sus dientes…
Retrocedí a pasos lentos y torpes, el Lobo giró hacía Arión bajando sus orejas y metió su cabeza entre una de las manos largas que tendía. Lloré y regresé con la soledad y mi libertad preciada hasta que el agua me atravesara al fin.